Cara a cara

Pues, te escuché y me conmuté. Me llamas, con tu confianza penetrante en tu sutil susurro que me invita a escribirte, personalmente, de cara a cara. Me siento en tu mesa, cruzo las piernas, fijo mi mirada en tus ojos y acomodo mis manos en una posición que parezca meditadora (con un noble propósito para tu satisfacción). Después de oir divagar cada una de tus palabras en puntos sin sentido, mi expresión facial ha caído al suelo, arrastrándose cada vez un poco más humillante, tomo un respiro de aire para que talvez, éste me inspire a responderte, pero es que, talvez por falta de material sarcástico o muy probablemente por pura piedad, me limite a guardar silencio y acentuar con la cabeza. A pesar de todo, me levanto de la mesa, acomodo la silla a su posición original y, muy cuidadosamente me retiro. Al fin y al cabo, lo intenté, y persistiré...