Mar 28, 2005

Contemplando

Pues sí, dejé que el brillo y el calor de una nueva mañana me confirmara la furia con la que, de una manera repentina, se lustraron las botas y las echaron para atrás, con tanto impulso como era más que necesario para sacarme a patadas de mi nube cómoda, mi unicornio doméstico, alfombras y lamparitas mágicas, de mi paraíso andante. Y después que mis sollozos fueron tragados por mi angustia (que no es igual que miedo) y mi tembloroso sudor fue devorado por mi poros, siento la presión irresistible de volver a ti, de sentarme una vez más y empezar a correr como nunca, de alcanzar a mis compañeros, y porque no, darles un poco de riña. Pero mi memoria pinta coloridos cuadros. Recuerdo estar en alta mar y platicar con el mas sabio de los pescados que me lleno de vueltas y viajes la cabeza y me deja ansioso por un reencuentro en los azules. También me traicioné a mi mismo -descaradamente- al dirigirme y conquistar a aquel raton simpático que nunca deja de sonreír, dejándole su diezmo claro está. Ni Robinson Crusoe, ni Julio Verne, o Gulliver, simplemente un tiempo de ausencia que merecer ser colgado en mis orgullosas paredes junto con la locura de Dalí y el misterio de Da Vinci. Estos cuadros son prueba viva (porque viven) de mi inmortalidad y mi capacidad de manipular dimensiones a mi gusto. Estos cuadros, a los que admiro con envidia, se rien de mi por volver a la rutinaria decadencia de mi día por día. Lo que pasa es que ellos ignoran, por arrogantes, que en realidad no existo sino en mi firma determinante de mi escritura, o en el sonido penetrante de una que otra ductil cuerda, o porque no, en mi obra a su lado que por arrogante también, no termina este ciclo.

1 Comments:

Alejandro Valdivia said...

Tu nunca (ni yo) has leido a Julio Verne, lo sabes, lo sé y lo sabe el pececito narcodependiente que te dijo que el miedo y la angustia no son iguales, en un arrebato cannábico...