Domingo

Erase una vez. Así empezaba la historia. Mientras la entrada del cine se acercaba a nuestros pies, la señora del vestido arrugado nos miraba fijamente a los ojos, ignorante de la fluidez del tiempo. Se acerca a mi, a nosotros, y extiende su mano, abierta, sucia, arrugada. "Una soda por favor". Sin explicación, sin rodeos, sin mentiras. La mujer esta sedienta, pensé. Desde lo más profundo de mi cerebro: el razonable, el lógico, el que no quiere ser estafado; examiné la situación, busqué y busqué por razones que justificaran mi respuesta negativa. No sucedió. Asi que, algo descaradamente accedí con un gesto muy humilde de mi cabeza. Mi compañante me apretaba la mano mandándome señales telepáticas diciendo: lo que estas haciendo no tiene sentido, pero te apoyo. Decidímos ignorarla por un par de segundos, y volver a nuestros propios mundos. Al comprar la entrada y hacer el primer gesto de movimiento hacia la entrada, la mujer se percató de nosotros y siguió nuestras sombras manteniendo la distancia adecuada. ¿Qué tipo de soda prefieres?, pregunté con la mayor confianza, como si se la debiera. "Una c-co-coca?". Cruzamos el umbral y presentamos nuestros boletos; el muchacho de uniforme los observó, los rompió a la mitad y nos señaló en qué dirección se encontraba nuestra sala. La mujer arrugada presentó su ya roto boleto y fue prácticamente ignorada por el muchacho que tenía bien claro su trabajo. "Una coca-cola por favor". "Son $3.00" Le dí un billete de cinco, y me devolvió $2. Sin ningún problema procedí a entregarle la bebida a la mujer de vestido arrugado, ella sonrió y me bendició en su propia manera para después irse de vuelta a su sala respectiva. Las manos se juntaron cada vez más y se piropearon las unas a las otras. No la volví a ver.