May 21, 2007

El nombre contra su apellido

¿Y es que acaso puede el cuerpo desnudo ganar la constante batalla contra los dedos índices en su incansable apunte?

Eramos pocos los que estábamos sentados en aquel sillón reclinable. Yo perdido en el Internet que guia mi vida, ella perdida en mis ojos sin destino. Yo anhelando un reencuentro, una necesidad que mi cuerpo pide a gritos, un descanso de mi mente, un capricho de mi alma. Ella acumulando fuego en sus ojos, lista para atacar su presa.

Y empieza la pelea.

Los insultos sirven de espadas, y el corazón como escudo. Las miradas se intensifican, los labios arden, los ademanes son bruscos y ofensivos. El punto se pierde, se esconde entre tanto acto salvaje. Las conclusiones salen a luz. Precipitadas. Erróneas. Y yo defendiendo lo que no sé, lo que me dió la espalda y me privó de explicaciones. Defendiendo ideales ilusos y románticos, ideales de postalita, del antaño. Lo protegía como el más preciado beneficio de la duda. Ella, del otro lado me protegía hiriéndome. Me acuchillaba para defenderme y me degollaba una y otra vez. Ella agarraba mis ideales y los denudaba. Yo testarudo defendia mi razón, mi realidad. La refugiaba bajo mis faldas mientras mi cuerpo actuaba por instinto.

Llegaron intermediarios y murieron en el intento. La paz agarró sus cosas y se fue ofendida. La felicidad tan frágil salio de bajo la cama mientras peleábamos y corrió por su vida. Todas las emociones están fuera de la casa en huelga. Yo en mi cuarto sin ventanas, aún peleando por dentro. Ella en su mundo, ya se le olvidó la pelea. Ahora la soledad y yo jugamos a las cartas todos los dias de 6pm hasta la medianoche. Siempre gana, pero yo le digo que es porque trato de no reconocer su presencia.

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