Ana Lucia fue una carta, un saludo inocente, inesperado. Una flecha precisa al corazón y un desborde de sangre consecuente.
De la sangre nacieron flores imaginarias. Flores que nunca supieron escapar de la imaginación. Ana Lucia, inocente Ana Lucia decoró El Vientre como su hogar. Se asentó entre lo obtuso y se encaprichó en planear su suicidio. Ana Lucia, terca Ana Lucia empeoró la situación y atrasó lo inevitable. Ana Lucia, fatalista Ana Lucia nunca vió la luz. Nunca escuchó mi voz desde El Vientre. Nunca sintió mis manos acariciar su cabello. Ana Lucia nunca me dejó admirar su sonrisa ni disfrutar de su correteo infantil. Ana Lucia nunca creció para enorgullecerme.
Ana Lucia no es más que dos nombres sin cuerpo, una ilusión estúpida que nunca fue cosechada. Ahora la veo morir en mis manos y ¿qué hago para salvarte?
¿Quién es Ana Lucia?
Nadie.
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