Nov 8, 2007

El barranco

Sales de ti mismo, intentando observarte imparcialmente. Observas a los demás con esos ojos cansados, en huelga con tus párpados. Sabiendo que no eres lo que eres, y sigues siendo. A pesar del tiempo, del imparable secundero que se derrumba en años sobre tu espalda. Agarras una hoja y un lápiz y vomitas pedazos de tus intenciones, dices en parte lo que quieres decir, y el resto se queda perdido en tu lenguaje de señas. Y extiendes la mano, logras tocarle la mejilla, intentas empujarla suavemente, alejarla sólo unos centímetros. Darte tu espacio. Ese del que hablaba Darwin en su ensayo del lenguaje corporal. Ella lo agarra y lo quema junto con el ensayo. Te agarra de los hombros, te sacude un poco y cruza tus brazos, te devuelve a la posición fetal y con un cordón hombilical te arrastra por su vida, respondiendo tus preguntas, caminando siempre dos pasos por delante tuyo para no dejarte caer y a la vez opacarte de sensaciones verdaderas. Son una distracción. Y del otro lado está la verdad, la soledad, la confrontación contigo mismo. Separado por un barranco que descubre un abismo al que no se le conoce fondo, no queda mas que intentar saltar para talvez rozar el otro lado. Y la recompensa está perdida. Te sientas una mañana, antes de cepillarte los dientes, en una esquina de tu cama a contemplarte, desde afuera, ves tu cuerpo poco atlétco, encorvado y maloliente iluminado en la luz ténue del mediodía. Después de decirte varias veces que todo está bien, que así funciona la vida, que no eres el único; te levantas, estiras tus brazos y con un buen bostezo emprendes tu camino ,cada vez más y más lejos del barranco.

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